Llegó a nuestras manos Hablemos de langostas de David Foster Wallace. Y lo leímos con escepticismo y cierta distancia, desconfianza (incluso). La distancia y la desconfianza necesarias de quien conoce el mito antes que los hechos que le han llevado a serlo, de quien ha oído hablar del autor más de lo que sería deseable para poder leer su obra con objetividad (me refiero a la objetividad para con uno mismo, la otra ni existe ni es importante).
Foster Wallace fue un suicida. Supongo que padecía el mismo mal que tantos otros: una excesiva conciencia de su lugar en el mundo y del significado de éste. Casi siempre, ya lo decía Unamuno, la inteligencia es sinónimo de infelicidad.
Decidió quitarse de en medio y ahí se terminó todo, por lo menos se terminó todo en lo que a nosotros respecta, que es su literatura. A los que ya conocían su obra poco más les queda que el placer de releerla de nuevo (que no es moco de pavo). A nosotros, que le descubrimos más tarde, todavía nos quedan unos cuantos títulos por leer como si de una novedad se tratase, pero sabiendo como acaba la cosa.
Si la muerte de la novela significa la llegada de la literatura de Foster Wallace quizá podamos plantearnos si merece la pena. Mientras tanto, hablemos de langostas.
lunes, 15 de febrero de 2010
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