Muere J.D. Salinger

Murió J.D. Salinger a los 91 años de edad. Una edad, dicho sea de paso, bastante respetable. Murió porque no queda otra, porque no hay más verdad que la muerte, a la que no escapa ni siquiera Salinger. Aunque algunos se empeñen en situar la vida por encima de ella, hemos nacido para morir. O como diría Gamoneda, para pasar de la no existencia a la no existencia.
Homenajear al autor de El guardián entre el centeno probablemente sea tan estúpido como oportunista. Poco vamos a aportar nosotros a todo lo que de él se ha dicho y escrito.
Curiosamente fue un escritor del que apenas hemos leído (pues no quiso dejarnos leer más, quién sabe si en un alarde de cordura) el equivalente a 300 folios. Sin embargo, no le ha hecho falta mucho más para ganarse un hueco en la posteridad de los anaqueles literarios. Y eso, ya es más de lo que pueden decir muchos de los que alardean en los cafés literarios y en los mentideros intelectuales dándoselas de genios de la pluma, sin hacer otra cosa que teclear manuscritos infumables.
El autor y su obra ya fue un mito en vida, sin esperar la muerte que otros tanto ansiaron para llegar a ello, y eso también es bastante más de lo que conseguiremos todos.
Se fue otro de los grandes genios de le literatura y ahora no nos queda otra que ser testigos de cómo se abre la “caja de Pandora” de una comercialidad y una fama que Salinger aborreció en vida.
¿Cuánto tardarán los buitres en remover sus cajones y ofrecernos su obra inédita revisada, prologada, autentificada, llena de notas a la edición, etcétera, etcétera, etcétera? Eso sí todo sea en pro de la cultura a la que todos tenemos derecho, más allá de lo que opine quien la produce.
En fin… Nos deja Salinger tan silenciosamente como quiso vivir, pero siempre podremos volver a releer y agarrarnos a las páginas de El guardián entre el centeno, que es lo poco que él quiso que tuviésemos, y ya es mucho. Puede que no esté de más respetarlo.